viernes, 7 de septiembre de 2012

Un cuento del gran terremoto


Una mañana gloriosa, después que el gran terremoto del 21 de octubre, de 1868, me hubiera sacudido con alguna dificultad en mis pantalones y botas, dejé la casa. Yo puedo asimismo declarar que la dejé de inmediato, y por una abertura construida para otro propósito. Arribado a la calle, en seguida me dediqué a salvar a la gente. Eso yo lo hice mirando de cerca la ocurrencia de otras sacudidas, dando la alarma y sentando un ejemplo digno de ser seguido. El ejemplo fue seguido, pero debido al vigor con que éste fue sentado, fue rara vez superado. Al pasar abajo por la calle Clay, observé una vieja, raquítica casa de pensión de ladrillo, que parecía estar justo en el punto, de honrar las demandas del terremoto sobre sus recursos. La última sacudida había amainado, pero el edificio de forma lenta y compuesta se estaba asentando en el terreno. Mientras la tercera planta venía abajo a mi nivel, yo observé en una de las habitaciones del frente, a una joven y amorosa mujer de blanco, parada en la puerta y tratando de salir afuera. Ella no podía, pues la puerta estaba cerrada con llave, yo la veía a través del ojo de la cerradura. Con un único golpe de mi tacón abrí la puerta, y abrí los brazos al mismo tiempo.
-Gracias a Dios -clamé-, he llegado a tiempo. Venga a estos brazos.
La dama de blanco se detuvo, sacó unos lentes, los colocó sobre su nariz con cuidado y, haciendo un inventario de mí de la cabeza a los pies, replicó:
-No gracias, yo prefiero venir a mal de modo regular.
Mientras los placenteros tonos de su voz estaban aún vibrando en mis oídos, yo noté una bocanada de humo que se elevaba cerca de mi dedo del pie izquierdo. Venía de la chimenea de la casa.

Título original: A Tale of the Great Quake, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Richard Schmid, Blue Cottage (detail), XXI.