miércoles, 26 de septiembre de 2012

La bruja de las aves


De la Frau Gaubenslosher se sospechó fuertemente por brujería. Yo no pienso que ella fuera una bruja, pero no me gustaría jurar que no lo era en una corte de ley, a menos que una buena cantidad dependiera de mi testimonio, y hubiera sido apropiadamente sobornado de antemano. Un gran número de personas acusadas de brujería han descreído del cargo con firmeza hasta que, cuando fueron sometidas a disparos con una bala de plata o hervores en aceite, se han hallado incapaces de soportar la prueba. Y se debe confesar que las apariencias estaban en contra de la Frau. En primer lugar ella vivía bastante sola en una foresta, y no tenía una lista de visitantes. Eso era sospechoso. En segundo -y era así, en lo principal, que había adquirido su mala reputación-, todas las aves de corral de la vecindad parecían tenerle la más sin compromiso mala voluntad. Cuando quiera ella pasaba por delante de una bandada de gallinas, patos, pavos o gansos uno de éstos, con las alas caídas, el pescuezo extendido y el pico abierto empezaba una persecución en caliente. A veces toda la bandada se unía por unos pocos momentos con un clamor estridente, pero siempre había uno más veloz y determinado que el resto, y ese uno mantenía la cacería con un celo infatigable y limpiamente fuera de la vista.
En esas ocasiones el susto de la dame1 era doloroso de contemplar. Ella no gritaba -sus órganos de aullar parecían haber perdido su poder- ni, como regla, maldecía, justo se dirigía a sí misma en una silenciosa velocidad rezadora, ¡con cada síntoma del terror abyecto!
La explicación de la Frau sobre esa persecución no natural era singularmente débil. Una cierta noche largo tiempo atrás, decía ella, un pobre ganso enlodado y atenuado había tocado a su puerta por alivio. Éste declaró con acento lastimero que no había comido nada por meses, salvo tachuelas de estaño y una ocasional botella de cerveza, y que no había dormido bajo cubierto en tan largo tiempo, que no sabía lo que era. ¿Le daría ella un lugar en su guarda-fuego, y le buscaría seis u ocho pasteles fríos para distraerlo, mientras le estuviera preparando la cena? A esa petición ella hizo oídos sordos, y él se fue lejos. Él vino de nuevo la noche siguiente, sin embargo, trayendo un certificado por escrito de un clérigo, sobre que su caso era uno merecedor. Ella no lo ayudó, y él partió. La noche después él se presentó de nuevo, con un papel firmado por un oficial relevado de la parroquia, que declaraba que la necesidad de ayuda era la más urgente.
Para ese tiempo la buena naturaleza de la Frau estaba bastante exhausta: lo mató, lo adobó, lo puso en una olla y lo hirvió. Lo mantuvo hirviendo por tres o cuatro días, pero no se lo comió porque sus dientes eran justo como los dientes de nadie, no más débiles acaso, pero ciertamente no más fuertes ni agudos. Así que alimentó con él a una máquina trilladora de una conocida suya, que se las arregló para masticar algunas de las porciones más modernas, pero naufragó sin esperanza hasta el cuello. Desde ese tiempo la pobre belle-dame había vivido bajo el bando de una gran maldición. Las gallinas tomaban tras ella con tal naturalidad como tras un escarabajo volandero, los gansos la perseguían como si fuera un renacuajo fugaz, los patos, los pavos, las aves de guinea acampaban en su rastro con incansable pertinacia.
Ahora, había un fermento de improbabilidad en ese cuento, y ése fermentó toda la masa. Los gansos no duermen, no hay uno en cien de éstos que pudiera sentarse en un guarda-fuego el tiempo suficiente, para decir Jack Robinson. Así, como la Frau vivió mil años antes del nacimiento del sentido común -digamos cerca de medio siglo atrás-, cuando todo lo no común tenía el olor de lo sobrenatural, no había nada que hacer salvo considerarla una bruja. Hubiera estado ella muy débil y marchita las gentes la hubieran quemado, a la mano, pero no les gustaba proceder a los extremos sin una evidencia perfectamente legal. Eran cautelosos, pues habían cometido diversos errores recientemente. Habían sentenciado a dos o tres mujeres a la estaca y, tras ser despojados los miembros y los cuerpos, éstos no habían redimido la horrenda promesa de sus rostros y manos arrugadas. La justicia estaba avergonzada de haber tostado a unas mujeres en comparación rollizas y lo presumible inocentes, y el castigo de ésta fue sabiamente pospuesto hasta que la prueba debiera estar toda adentro.
Pero mientras tanto un joven no agraciado, nombrado Hans Blisselwartle, hizo el sorprendente descubrimiento de que ninguna de las aves que perseguían a la Frau, nunca volvía atrás para jactarse de eso. Una breve carrera marcial parecía haberlas enajenado de las artes de paz y el amor de sus parientes. Lleno de una sospecha indecible, Hans un día las siguió en la retaguardia de una excitante carrera, entre la dame timorata y una pollita vengadora. Éstas eran demasiado rápidas para él, pero irrumpiendo súbitamente por la puerta de la dama algunos quince minutos después, la encontró en el acto de colocar a la némesis desplumada y eviscerada en la estufa de su cocina. La Frau mostró una considerable confusión, y aunque el acusador Blisselwartle no pudo dejar de reconocer en su acto una cierta justicia poética, no pudo ocultarse a sí mismo que había algo burdamente egoísta y sórdido en eso. Pensó que era una buena oferta, como embotellar a un fantasma enojoso y venderlo por luz lunar aclarada, o como cabestrar a una yegua nocturna2 y ponerla en la carreta.
Cuando trascendió que la Frau se comía a sus persecutores plumados, la paciencia de los villanos rehusó honrar la nueva demanda sobre eso: ella fue de una vez arrestada, y acusada de prostituir una noble superstición con un básico fin egoísta. Nosotros vamos a pasar por alto el juicio, es suficiente que fue condenada. Pero incluso entonces no tuvieron corazón para quemar a una mujer de edad mediana, con unos contornos redondos por completo como a una bruja, así que la quebraron sobre la rueda como a un ladrón.
La temeraria antipatía de las aves domésticas hacia esa dama inofensiva, queda por ser explicada. Habiendo rechazado su teoría, yo estoy obligado por honor a adelantar una de las mías. Felizmente un inventario de sus efectos, ahora delante de mí, suministra una base lo tolerable segura. Entre los artículos de propiedad personal advierto “una larga, fina línea de pesca sedosa, y un anzuelo.” Ahora, si yo fuera un ave de corral -digamos un ganso-, y una dama no amiga mía me pasara por delante masticando confituras, y dejara caer un grato gusano gordo, pasando al parecer inconsciente de su pérdida, yo pienso que debería tratar de irme lejos con ese gusano. Y si después de tragármelo, me sintiera arrastrado hacia esa dama por una fuerte atadura personal, supongo que debería ceder si no pudiera evitarlo. Y entonces si la dama eligiera correr y yo eligiera seguirla, haciendo una buena cantidad de ruido, supongo que eso luciría como si estuviera ocupado en una persecución muy reprensible, ¿no sería eso? Con la luz que yo tengo, esa es la manera en que el caso se presenta a mi inteligencia, aunque, por supuesto, puedo estar equivocado.

1Dame, título honorífico en Inglaterra.
2Juego de palabras intraducible, nightmare (literalmente, yegua de la noche), pesadilla.

Título original: A Fowl Witch, publicado por primera vez en Cobwebs from an Empty Skull, 1874, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Ew.com, American Horror StoryXXI.