viernes, 21 de septiembre de 2012

Johnny


Johnny es un pequeño de cuatro años de edad, de maneras brillantes, agradables y notable por su inteligencia. La otra noche su madre lo tomó en su regazo y, después de acariciar su cabeza rizada un rato, le preguntó si sabía quién lo hizo. Me apena declarar que en lugar de responder “Papá”, como podía haber sido esperado, Johnny comenzó a atiborrar todo su rostro de pan de jengibre y, finalmente, tuvo un ataque de tos que amenazó con la disolución de su armazón. Habiendo descargado su garganta y aporreado en su espalda, su madre propuso el siguiente, suplementario acertijo:
-Johnny, ¿tú no te das cuenta de que a tu edad, de cada chico pequeño se espera que diga algo brillante en réplica a mi pregunta anterior? ¿Cómo tú puedes deshonrar así a tus padres, como para descuidar esta oportunidad dorada? Piensa otra vez.
El pequeño pilluelo lanzó los ojos al suelo y meditó largo tiempo. Súbitamente, levantó el rostro y empezó a mover los labios. No es sabido qué podría haber dicho, pero en ese momento su madre notó la necesidad apremiante de torcer y limpiar su nariz, lo que realizó con tal dolorosa y consciente unicidad de propósito, que Johnny lanzó un grito de guerra como el de un gato macho en una noche floreciente.
Puede ser objetado que este pequeño cuento no es ni instructivo, ni divertido. Yo nunca he visto alguna historia de un niño brillante que lo sea.

Título original: Johnny, publicado por primera vez en The Fiend's Delight, 1873, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Karl Witkowski, Boy with an apple, XIX.