domingo, 16 de septiembre de 2012

Historia


Una narración comúnmente no verdadera. La verdad de las historias siguientes aquí, sin embargo, no ha sido exitosamente impugnada:
Una noche el sr. Rudolph Block, de Nueva York, se encontró sentado en una cena junto al sr. Percival Pollard, el distinguido crítico.
-Señor Pollard -dijo-, mi libro, La biografía de una vaca muerta, está publicado de modo anónimo, pero usted puede apenas ser ignorante de su autoría. Aún al reseñarlo habla de éste como la obra del idiota del siglo. ¿Usted piensa que eso justifica el criticismo?
-Yo lo siento mucho, señor -replicó el crítico con amabilidad-, pero no se me ocurrió que usted, realmente, pudiera no desear que el público supiera quién lo escribió.
El sr. W.C. Morrow, quien solía vivir en San José, California, era adicto a escribir historias de fantasmas, que hacían al lector sentir como si un torrente de lagartos, frescos del hielo, le estuvieran corriendo por la espalda y escondiéndose en el cabello. San José en ese tiempo, se creía estaba embrujado por el espíritu visible de un notable bandido nombrado Vásquez, quien había sido colgado allí. El pueblo no estaba muy bien iluminado, y es ponerlo con suavidad decir que San José era renuente a estar afuera por las noches. Una noche oscura en particular dos caballeros estaban al exterior, en el sitio más solitario dentro de los límites de la ciudad, hablando alto para mantener arriba su coraje, cuando llegaron al sr. J.J. Owen, un bien conocido periodista:
-Pues Owen -dijo uno-, ¿qué lo trae por aquí en una noche como ésta? ¡Usted me dijo que ésta es una de las guaridas favoritas de Vasquez! Y usted es un creyente. ¿No tiene miedo de estar afuera?
-Mi querido colega -replicó el periodista con una lúgubre cadencia otoñal en su discurso, como el gemido de un viento cargado de hojas-, yo tengo miedo de estar adentro. Tengo una de las historias de Will Morrow en mi bolsillo, y no me atrevo a ir donde haya luz suficiente para leerla.
El contra-almirante Schley y el representante Charles F. Joy estaban parados cerca del Monumento de la Paz, en Washington, discutiendo la cuestión ¿es el éxito un fracaso? El sr. Joy de súbito rompió en el medio de una frase elocuente, exclamando:
-¡Hola! Yo he oído esa banda antes. La de Santlemann, pienso.
-Yo no oigo ninguna banda -dijo Schley.
-Puesto a pensar, yo tampoco -dijo Joy-, pero veo al general Miles viniendo abajo por la avenida, y ese desfile siempre me afecta de la misma manera, como una banda de latón. Uno tiene que escudriñar las impresiones de uno bastante cerca, o uno va a equivocar su origen.
Mientras el almirante estaba digestando esa apurada comida de filosofía, el general Miles pasó en revista, un espectáculo de impresionante dignidad.
Cuando la cola de la aparente procesión había pasado, y los dos observadores se habían recobrado de la ceguera transitoria, causada por su refulgencia…
-Él parece estarlo disfrutando en sí mismo -dijo el almirante.
-No es nada -asintió Joy de modo pensativo-, que él disfrute una mitad tan bien.
El ilustre estadista, Champ Clark, una vez vivió casi a una milla de la villa de Jebigue, en Missouri. Un día cabalgó al pueblo en su mula favorita y, amarrando a la bestia en el lado soleado de una calle, frente a un salón, fue adentro en su carácter de abstemio, para informar al tabernero que el vino era un mofador. Era un espantoso día caluroso. Muy pronto llegó un vecino y viendo a Clark dijo:
-Champ, no está bien dejar a esa mula allá afuera en el sol. ¡Se va a asar, seguro!, estaba humeando cuando le pasé por el lado.
-Oh, ella está bien -dijo Clark con ligereza-, es una humeante inveterada.
El vecino tomó una limonada, pero sacudió la cabeza y repitió que no estaba bien.
Era un conspirador. Había habido un fuego la noche anterior: un establo justo a la vuelta de la esquina se había quemado, y un número de caballos se habían puesto en su inmortalidad, entre éstos un potro joven que fue asado hasta un rico marrón avellana. Algunos de los chicos habían dejado a la mula del sr. Clark suelta, y sustituido con la parte mortal del potro. De repente otro hombre entró al salón.
-¡Por el amor de misericordia! -dijo, tomándolo con azúcar-, haga remover a esa mula, tabernero: huele.
-Sí -interpuso Clark-, ese animal tiene el mejor olfato de Missouri. Pero si a él no le importa, a usted no le debería.
En el curso de los sucesos humanos el sr. Clark fue afuera, y allí, al parecer, yacían los restos incinerados y encogidos de su cargador. Los chicos no tuvieron ninguna diversión con el sr. Clarke, quien miró el cuerpo y, con la expresión de no-compromiso a la que debía tan mucho de su promoción política, se fue. Pero caminando al hogar tarde esa noche, vio a su mula parada silenciosa y solemne al borde del camino, en la brumosa luz de la luna. Mencionando el nombre de Helen Blazes con un énfasis incomún, el sr. Clark tomó la senda de vuelta con tal dureza como jamás la podría enganchar, y pasó la noche en el pueblo.
El general H.H. Wotherspoon, presidente del Colegio del ejército de guerra, tenía como mascota un babuino de nariz rayada, un animal de inteligencia no común pero imperfectamente hermoso. Retornando a su apartamento una noche, al general le sorprendió y dolió encontrar a Adán (pues así se nombraba la criatura, siendo el general un darwinista), sentado por él y usando su mejor chaqueta de uniforme de dueño, con charreteras y todo.
-¡Tú confundes remoto ancestro! -tronó el gran estratega-, ¿qué quieres decir con estar fuera de la cama después de la siesta?, ¡y con mi chaqueta puesta!
Adán se levantó y, con una mirada de reproche, se puso abajo en todas las cuatro, a la manera de su clase y, arrastrándose por la habitación hacia una mesa, retornó con una tarjeta de visita: el general Barry había llamado y, juzgando por una botella de champagne vacía y diversos cabos de puros, había sido entretenido con hospitalidad mientras esperaba. El general se disculpó con su fiel progenitor y se retiró. Al día siguiente se encontró al general Barry, quien dijo:
-Spoon, viejo, cuando te dejaba la noche pasada, olvidé preguntarte sobre esos puros excelentes. ¿Dónde los conseguiste?
El general Wotherspoon no se dignó a replicar, sino caminó de largo.
-Perdóname, por favor -dijo Barry moviéndose tras él-, yo estaba bromeando, por supuesto. Pues yo supe que no eras tú, antes de haber estado en la habitación quince minutos.

Título original: Story, publicado por primera vez en The Devil's Dictionary, 1911, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Jules Alexandre Grun, The End of Dinner, 1913.