martes, 14 de agosto de 2012

La pequeña historia


Dramatis personae. Un editor supernumerario. Un colaborador de prueba.
Escena. La oficina de The Expounder.

Colaborador de prueba. -¿El editor está?
Editor supernumerario. -Muerto.
C.P. -Los dioses me favorecen. (Presenta un rollo de manuscrito.) Aquí hay una pequeña historia, que yo le voy a leer.
E.S. -¡Oh, oh!
C.P. -(Lee.) “Era la última noche del año, una noche traviesa, nociva, ofensiva. En la calle principal de San Francisco…”
E.S. -¡Confundido sea San Francisco!
C.P. –Tenía que ser en algún lugar. (Lee.)
“En la calle principal de San Francisco estaba parada una menuda hembra huérfana, marcando el tiempo como un voluntario. Sus pequeños pies descalzos imprimían besos fríos en las piedras del pavimento, mientras los ponía abajo y los tiraba arriba de modo alternativo. La lluvia escalofriante estaba teniendo un buen tiempo con su cuero cabelludo, y jugaba con su cabello ensopado, su propio cabello. El viento nocturno registraba sus prendas andrajosas con sagacidad, como si hubiera sospechado de ella por contrabando. Ella veía multitudes de personas de aspecto determinado, que se arruinaban hoscamente con juguetes y confitería para los queridos del hogar, y deseaba estuviera en una posición para arruinarse un poco, justo un poco. Entonces, mientras el tropel dichoso se apuraba por su lado, con cargas de cosas para poner a los niños enfermos, se reclinó contra un poste de farol de hierro, frente a una panadería, y se encendió la envidia malvada. Pensó, la pobre cosa, que le gustaría ser un pastel, pues esa niña pequeña tenía mucha hambre en efecto. Entonces trató de nuevo, y pensó que le gustaría ser una tarta con fruta trozada adentro, entonces sería calentada por encima cada día y nadie se la comería. Pues la niña tenía frío así como hambre. Finalmente trató bastante duro, y pensó que podría ser muy bien contentada como un horno, pues entonces sería mantenida siempre caliente, y los panaderos pondrían todo tipo de cosas buenas dentro de ella con una pala larga.
E.S.-Yo he leído eso en algún lugar.
C.P.-Muy probable. Esta pequeña historia nunca ha sido rechazada por ningún periódico, al que se la he ofrecido. Se pone mejor también, cada vez que la escribo. Cuando apareció por primera vez en Veracity, el editor dijo que le costó cien suscriptores. ¡Justo marque la mejoría! (Lee.)
“Las horas se deslizaron -excepto unas pocas que se congelaron hacia el pavimento- hasta la medianoche. Las calles estaban ahora desiertas, y el almanaque habiendo predicho una luna nueva por ese tiempo, los faroles habían sido apagados de forma concienzuda. Súbitamente, un gran globo de sonido cayó desde la torre de una iglesia adyacente, y explotó en la noche con un profundo boom metálico. Entonces todos los relojes y campanas empezaron a repicar el año nuevo, batiendo y golpeando y aullando y acabando con todos los inválidos nerviosos, dejados fuera desde el domingo precedente. La pequeña huérfana se despertó de su sueño, dejando un menudo parche de piel en el escarchado poste de farol, apretó sus delgadas manos azuladas y miró hacia arriba, ‘con una loca inquietud’”…
E.S.-En The Monitor era “con ojos codiciosos”.
C.P.-Yo lo sé, no había leído a Byron entonces. Un perro listo, Byron. (Lee.)
“De repente una tarta de arándano cayó a sus pies, aparentemente desde las nubes.”
E.S.-¿Cómo sobre esos ángeles?
C.P.-El editor de Good Will los cortó. Dijo que San Francisco no era lugar para ellos, y yo no creo…
E.S.-¡Vamos, vamos! Nunca importa. Siga con la pequeña historia.
C.P.-(Lee.) “Mientras ella se encorvaba para tomar la tarta, un sandwich de ternera vino abajo zumbando, y abofeteó una de sus orejas. Seguido un pan de trigo la hizo esquivar con agilidad, y entonces un ancho jamón cayó de pie plano a los dedos de sus pies. Un saco de harina reventó en medio de la calle, una lonja de tocino se atravesó en un poste de enganche de hierro. Bastante pronto una cadena de salchichas cayó en un círculo alrededor de ella, aplanándose como si un rodillo de camino les hubiera pasado por encima. Entonces hubo una calma, nada vino abajo salvo un pescado seco, unos pudines fríos y ropa interior de franela; pero de repente sus deseos empezaron a surtir efecto de nuevo, y un cuarto de carne descendió con ímpetu terrible sobre el tope de la cabeza de la pequeña huérfana."
E.S.-¿Cómo le gustó al editor de The Reasonable Virtues ese cuarto de carne? 
C.P.-Oh, se lo tragó como un hombre pequeño, y se atascó en unos pocos cerdos aliñados de su parte. Yo los he dejado afuera, porque no quiero intrusos que alteren la pequeña historia. (Lee.)
“Uno hubiera pensado que debería ser suficiente, pero no así. Ropa de cama, zapatos, barrilitos de mantequilla, quesos poderosos, ristras de cebollas, cantidades de mermelada suelta, barriletes de ostras, pollos titánicos, cajones de vajilla y cristalería, surtido de cosas para la mantención de la casa, fogones para cocinar, y toneladas de carbón se vertieron abajo en anchas cataratas desde un cielo abundante, apilándose encima de esa infante hasta una profundidad de veinte pies. El tiempo estuvo más de dos horas en aclararse, y tan tarde como pasado las tres y media, un ponderoso tonel de azúcar golpeó en la esquina de las calles Clay y Kearney, con un impacto que sacudió la península como un terremoto, y paró cada reloj en el pueblo.
Al amanecer los buenos comerciantes arribaron a la escena con palas y carretillas, y antes de que el sol del año nuevo tuviera una hora de edad, habían provisto para todas esas provisiones, las habían guardado lejos en sus bodegas, y las habían arreglado en sus estantes de modo agradable, listas para vender al pobre merecedor."
D.S.-Y la niña pequeña, ¿qué fue de ella?
C.P.-Usted no debe ponerse adelante de la pequeña historia. (Lee.)
“Cuando ellos hubieron llegado abajo, a la pequeña huérfana malvada, quien no había sido contentada con su lote, alguien trajo una escoba y ella fue barrida y alisada con cuidado. Entonces la alzaron con ternura y la acarrearon al forense. Ese funcionario estaba parado en la puerta de su oficina y, con un deprecativo ondeo de su mano, dijo al hombre que la estaba cargando:
-Vamos, váyase, mi buen colega, un hombre estuvo aquí ayer tres veces, tratando de venderme justo tal mapa."

Título original: The Little Story, publicado por primera vez en Fun, 1874, con la firma: "Ambrose Bierce".
Imagen: Lu Kimmel, Old Man Reading Newspaper, XX.