miércoles, 15 de febrero de 2012

El susto del pejiguero


-¡Sssssst!
Dan Golby mantuvo la mano arriba para imponer el silencio, en un aliento estuvimos tan callados como ratones. Entonces vino de nuevo, llevado por el viento nocturno desde algún lugar en la oscuridad hacia las montañas, a través de millas de llanura sin árboles, un sonido bajo, lúgubre, lloroso, ¡como el gemido de un niño estrangulado! No era nada más que el aullido de un lobo, y un lobo era la última cosa de la que un hombre, quien conocía a la bestia cobarde, tendría miedo; pero había algo tan extraño y no terrenal en ese “clamor entre los silencios”, algo tan parecido a un hada en su sugestión de la tumba, que nosotros, viejos montañeses como éramos y bastante familiarizados con éste, sentimos un espanto instintivo, un espanto que no era miedo, sino sólo una sensación de total soledad y desolación. No había un sonido conocido al oído mortal, que tuviera en sí tan extraño poder sobre la imaginación, como el aullido nocturno de esa bestia miserable, oído a través de los lóbregos despojos del desierto que ésta deshonraba.
De modo involuntario nos acercamos en conjunto, y alguien de la partida atizó el fuego hasta que éste envió una llama alta, ampliando el círculo negro que nos encerraba por todos los costados. De nuevo se levantó el clamor tenue lejano, y fue respondido por uno más tenue y más lejano en la parte opuesta. Entonces otro, y aún otro se unieron, una docena, todo unos cien a la vez, y en tres minutos, todo el invisible mundo exterior pareció consistir mayormente de lobos, sonando fuera de tono por alguna convulsión de la naturaleza.
Por ese tiempo era un estudio agradable mirar el semblante del Viejo Nick. Esa partida se nos había unido en Fort Benton, adonde había llegado en un barco de vapor, por el Missouri. Esta era su aventura de doncella en las llanuras, y su hábito de criticón quejoso, en el primer día afuera, le había asegurado el sobrenombre de Viejo pejiguero, que la atrición del tiempo había desgastado hasta Viejo Nick. Él no sabía más de lobos y otros animales que un naturalista, y ahora estaba un poco asustado. Estaba agachado junto a su montura y equipo, escuchando con toda su alma, sus manos suspendidas delante de él con los dedos divergentes, su rostro pálido cenizo y su mandíbula colgando debajo de forma desconsiderada.
Súbitamente Dan Golby, quien lo había estado mirando con una sonrisa divertida, asumió un aspecto grave, escuchó un momento con mucha intención y comentó:
-Muchachos, si yo no supiera que esos eran lobos, debería decir que sería mejor irnos de ésta.
-¿Eh? -exclamó Nick con ansiedad-, ¿si tú no supieras que esos eran lobos? ¿Por qué, qué más y qué peor podrían ser esos?
-¡Bueno, aquí hay un inocente! -replicó Dan, guiñando con astucia al resto de nosotros-. Porque esos podrían ser indios, por supuesto. ¿Tú no sabes, tú viejo plomazo, que esa es la manera en que los diablos rojos corren a una partida sorprendida? ¿Tú no sabes que cuando oyes a una parcela de lobos dejada así, por la noche, es cien a uno que ellos cargan arcos y flechas?
Aquí uno o dos viejos cazadores en el lado opuesto del fuego, quienes no habían captado el guiño preventivo de Dan, se rieron bien humorados e hicieron comentarios despectivos. Ante eso Dan pareció muy enojado y, levantado, dio unas zancadas hacia éstos para discutir eso. ¡Fue sorpresivo cuán fácilmente ellos fueron llevados en redondo a su manera de pensar!
Por ese tiempo el Viejo Nick estaba totalmente perturbado. Se revolvió por alrededor, examinando su rifle y pistolas, se apretó el cinturón y miró en la dirección de su caballo. Su ansiedad se volvió tan dolorosa que no intentó ocultarla. Por nuestra parte, nos afectamos para compartirla parcialmente. Uno de nosotros finalmente le preguntó a Dan, si él estaba bastante seguro de que esos eran lobos. Entonces Dan escuchó largo tiempo con su oreja en el terreno, después de lo cual dijo vacilante:
-Bueno, no, no hay tal cosa como una certeza absoluta, yo supongo, pero pienso que esos son lobos. Aunque no hay daño en estar listo para cualquier cosa, siempre es bueno estar listo, supongo.
Nick no necesitó nada más, se abalanzó sobre su montura y brida, las lanzó sobre su mustango, y tuvo todo ajustado en menos tiempo que tomaba contarlo. El resto de la partida estaba demasiado confortable, para cooperar con Dan en alguna extensión considerable, nos contentamos con hacer la escena de examinar nuestras armas. En todo ese tiempo los lobos, como es su manera cuando son atraídos por la luz del fuego, se estaban acercando, clamando como una legión de demonios. Si Nick hubiera sabido que un solo disparo de pistola, los hubiera enviado en escape por la cara vida, yo presumo que le habría abierto fuego a uno; así como era, él tenía un indio en el cerebro, y sólo estaba parado junto a su caballo, trémulo, hasta que sus dientes traquetearon como los dados en la caja.
-No -prosiguió el implacable Dan-, esos no pueden ser indios, pues si lo fueran, nosotros debíamos, acaso, oír un búho o dos entre ellos. Los jefes a veces ululan al modo de un búho, justo para dejarle saber a la plebe, que ellos están parados para el trabajo como hombres, y para mostrar dónde están.
-¡Too-hoo-hoo-hoo-hooaw!
Nos tomó a todos por sorpresa. Nick dio un brinco y vino abajo a horcajadas sobre su mustango soñoliento, con fuerza suficiente para haber aplastado a una bestia más menuda. Nosotros todos nos pusimos de pie, excepto Jerry Hunker, quien estaba yaciente tendido sobre su estómago, con la cabeza enterrada en los brazos, y a quien habíamos pensado profundamente dormido. Una mirada a él nos re-aseguró en cuanto al asunto del “búho”, y nos asentamos de vuelta, cada hombre pretendiendo ante su vecino, que se había levantado meramente para un efecto sobre Nick.
Ese hombre era ahora una vista para ver. Se sentó en su montura gesticulando con salvajismo, e implorando que estuviéramos listos. Temblaba como una medusa. Sacó sus pistolas, las amartilló y las empujó así de vuelta en las fundas, sin saber de qué estaba a punto. Amartilló su rifle, manteniéndolo con la boca dirigida a algún lugar, pero principalmente en nuestro camino; agarró su cuchillo de monte entre los dientes, y se cortó la lengua tratando de hablar, espoleó a su jamelgo hacia el fuego, y lo echó atrás a través de nuestras mantas; y finalmente se sentó quieto, totalmente enervado, mientras nosotros rugíamos con una risotada, que no pudimos suprimir por más tiempo.
-¡Hwissss!, ¡pft!, ¡swt!, ¡cheew!- ¡Huesos de César! ¡Las flechas volaban y cortaban entre nosotros como una bandada de murciélagos! Dan Golby dio un doble salto mortal, aterrizando en su cabeza. Dory Durkee fue estrellado contra el fuego. Jerry Hunker fue clavado en el suelo, donde yació rápidamente dormido. Tal esquivar y agacharse, y arañar alrededor por las armas yo nunca lo había visto. Y tal genuina chillería india, ¡me enfría la médula escribir de ésta!
El Viejo Nick se desvaneció como un sueño, y largo tiempo antes de que pudimos encontrar nuestros utensilios, y nos pusimos a trabajar, oímos los inconexos estallidos de sus pistolas explotando en sus fundas, mientras su pony medía la oscuridad entre nosotros y la seguridad.
Por algunos quince minutos tuvimos un trabajo lo tolerable caliente, individual, colectivo y misceláneo, con una sola mano y uno contra una docena, luchando con salvajes pintados a la luz del fuego, y uno con el otro en la oscuridad, disparando al vivo y apuñalando al muerto, ahuyentando a nuestros caballos y peleando con ellos, batallando con cualquier cosa que hubiera batallado, ¡y quebrando con nuestras culatas cualquier que no hubiera!
Cuando todo estaba hecho, cuando habíamos renovado nuestro fuego, reunido nuestros caballos y metido nuestros muertos en la posición, nos sentamos a hablar de eso. Mientras estábamos sentados allí, cortando nuestra ropa para los vendajes, excavando las puntas de flechas envenenadas de nuestros miembros, reajustando nuestros cueros cabelludos o cambiando éstos por los vagantes, pues allí no había nadie para identificar, no pudimos evitar sonreír al pensar cómo habíamos asustado al Viejo Nick. Dan Golby, quien se estaba hundiendo con rapidez, susurró que “fue el único dulce recuerdo que tuvo, que lo sostuviera y animara al cruzar el río oscuro hacia la perpetua f… " Es incierto cómo Dan habría terminado esa última palabra, él pudo haber pensado en “felicidad”, pudo haber pensado en “fuego”. No es asunto de nadie.

Título original: Pernicketty's Fright, publicado por primera vez en Cobwebs from an empty skull, 1874, con la firma: "Dod Grile".
Imagen: Bev Doolittle, Unknown Presence, XXI.